Luego de haber viajado alrededor del mundo para entrevistar a los máximos gurús de la nueva ciencia de la felicidad y haber visto de primera mano lo que están haciendo países como Dinamarca, Finlandia, Reino Unido, India, Bután, Israel, Japón, Nueva Zelanda, Estados Unidos, entre otros; que están trabajando para mejorarles el nivel de satisfacción de vida de su población, Andrés Oppenheimer, periodista y escritor, autor de ¡CÓMO SALIR DEL POZO!, concluye lo siguiente:
HACER CRECER LA ECONOMÍA:
“De poco sirve tener familias unidas o buenos amigos si uno tiene hambre, no tiene un techo, carece de un buen trabajo o no tiene un buen seguro de salud”.
Sin crecimiento económico no hay reducción de la pobreza, y sin reducción de la pobreza no se puede hacer feliz a un pueblo. Los países más felices del mundo en el ranking del Reporte Mundial de la Felicidad, como Finlandia, Dinamarca e Islandia, tienen ingresos per cápita que están entre los más altos del mundo. Y los países menos felices son, por lo general, los más pobres como Afganistán o Botswana. Y no se vale que los líderes populistas minimicen la importancia del crecimiento económico para disfrazar sus fracasos. Por ejemplo: Andrés Manuel López Obrador de México o Rafael Correa de Ecuador.
La receta para lograr el crecimiento económico, como Andrés ha explicado antes, no son ningún misterio. Hay que promover la inversión ofreciendo seguridad jurídica, mejorar la educación para poder exportar bienes de mayor valor agregado, insertarse en el mercado global, crear una cultura de veneración a los innovadores, ahorrar en los años buenos para poder mantener subsidios sociales en los años malos y hacer una distribución lo más equitativa posible de los ingresos. Los países que han hecho estas cosas, cualquiera que sea su color político, han logrado expandir sus economías y reducir la pobreza. Los que han tratado de buscar atajos con soluciones populistas, en cambio, a lo sumo han alcanzado momentos efímeros de prosperidad artificial, para luego caer en grande crisis.
VIVIR EN DEMOCRACIA:
Los países más felices del mundo tienen otra cosa en común, además de sus altos niveles de ingresos: son democracias, mientras que muchos de los más infelices son dictaduras. China figura en el puesto 64 del ranking de la felicidad en el mundo; Rusia, en el 70; Venezuela , en el 88, y Afganistán -a donde el régimen talibán no permite libertades políticas ni derechos esenciales a las mujeres- aparece en el último lugar de la lista de 137 países. Cuba ni aparece en los rankings de felicidad porque su gobierno no permite que Gallup y otras encuestadoras hagan preguntas sobre la felicidad en la isla, tal como le explicó el CEO de Gallup, Jon Clifton, a Andrés.
Ronald Inglehart, politólogo de la Universidad de Michigan y exdirector de la Encuesta Mundial de Valores, ya había escrito a principios de los años 2000 que la percepción de la gente de poder elegir libremente su futuro aumenta sus niveles de felicidad. De hecho, Inglehart estudió encuestas hechas en 52 países y encontró que la felicidad había aumentado en el mundo inmediatamente después de la caída del bloque comunista.
“Desde 1981, el desarrollo económico, la democratización y el aumento de la tolerancia social han hecho crecer el nivel de percepción de la gente de que tienen libertad de elegir su futuro, lo que a su vez ha hecho aumentar los niveles de felicidad en el mundo”, señaló el experto. Asimismo, la creciente tolerancia social hacia la comunidad gay y otras minorías había sido un factor clave en el aumento de la felicidad, agregaba. La tolerancia sexual es un indicador que “tiene un impacto significativo sobre la satisfacción de vida” y ayuda a explicar por qué países como Catar, Arabia Saudita e Irán, que penalizan la homosexualidad y limitan los derechos de las mujeres, no están entre los más felices, a pesar de sus altos ingresos per cápita, observaba Inglehart.
Inglehart fallece en el 2021 y otros expertos han corroborado la relación directa existente entre la democracia y la satisfacción de vida. Un estudio de 28 países encabezado por el profesor de economía David Dorm de la Universidad de Zurich, mostró que incluso teniendo en cuenta factores económicos y culturales, “hay una significativa relación positiva entre la democracia y la felicidad. Países del ex bloque soviético, como Hungría y República Checa, tienen mayores niveles de felicidad que en Rusia.
COMBATIR LA CORRUPCIÓN
En Nigeria, uno de los países más corruptos del mundo, están empezando a usar una fórmula novedosa para combatir la corrupción, impulsar el crecimiento económico y aumentar la felicidad. Hacen algo que deberíamos imitar en todos nuestros países: les enseñan a los niños en la escuela a combatir las prácticas deshonestas. Y lo hacen mediante historias instructivas. Así lo explicó Delia Ferreira Rubio, la presidenta de Transparencia Internacional, la organización de lucha contra la corrupción con sede en Berlín. Hablaba con Andrés sobre la corrupción en América Latina y le mostró una tabla comparativa del ranking de países más deshonestos del mundo de Transparencia Internacional y el ranking de los países más felices del mundo del Reporte Mundial de la Felicidad. Las dos tablas erans asombrosamente parecidas.
Los países más felices del mundo, como Finlandia y Dinamarca, y los que le siguen, son también los más honestos o los menos corruptos. “Es lógico que así sea, porque la inexistencia de corrupción y la vigencia efectiva de la democracia contribuyen a una mejor calidad de vida, y eso conduce a la felicidad”, explicó Ferreira Rubio.
De acuerdo a Ferreira Rubio, la mejor receta para combatir la corrupción en Latinoamérica es priorizar la enseñanza a los niños desde muy pequeños, los estragos que causan los sobornos, el favoritismo y el saqueo de los recursos públicos. Y eso hay que hacerlo en las escuelas mediante el relato y la discusión de historias constructivas relacionadas a temas de interés de los niños y niñas.
DAR CLASES DE FELICIDAD EN LAS ESCUELAS
Si parte de las herramientas que tenemos para defendernos en la vida y para ser más felices, son las que aprendemos en la escuela, entonces se deberían incluir clases de educación positiva, de habilidades socioemocionales o habilidades blandas o poderosas como también le llaman. Sería la mejor forma de enseñarle a las nuevas generaciones a tolerar los fracasos, elevar la autoestima, ser más optimistas, darle rienda suelta a la creatividad, encontrar un propósito en la vida y construir relaciones más valiosas. Como lo señaló Martin Seligman, el padre de la psicología positiva, y su discípulo especializado en la educación, Tal Ben-Shahar, la felicidad se puede enseñar, y mucho más fácilmente de lo que muchos creen.
En las escuelas de India y Bután, los niños inician su día escolar cerrando los ojos y practicando durante varios minutos conciencia plena o “mindfulness”, guiados por su maestra. Al menos podrían enseñar en las escuelas de América Latina a concentrarse plenamente y a respirar con profundidad. Como explicó la decana del Departamento de Psicología de la Universidad de Copenhague, Vibeke Jenny Koushede, “es ridículo que nuestras escuelas occidentales tengan clases de educación física, pero no tengan clases de educación mental”. Habría que enseñarles a los niños desde pequeños la importancia no sólo de hacer ejercicios, sino también de meditar, dormir ocho horas, pedir ayuda cuando están deprimidos, cultivar amistades y aprender que la vida tiene altos y bajos. Habría que extender mucho más las clases de felicidad o de habilidades blandas, sobre todo para hacerle frente a la ola de depresión juvenil que recorre el mundo. Aunque suene algo cómico a primera vista, las clases de felicidad son hoy en día más importantes que nunca.
Otras técnicas de las clases de felicidad, podrían ser los relatos ejemplares sobre gente famosa en las escuelas, y su discusión en clase, también son modelos a imitar en nuestros países. Estos relatos contados varias veces por semana en el aula, permiten transmitir desde muy temprano a los niños la idea de que no hay grandes éxitos que no sean el corolario de una larga cadena de fracasos. Las clases de felicidad ayudarían a la gente a tener presente historias como la de los 32 penales que Lionel Messi erró o le atajaron a lo largo de su carrera antes de ganar la Copa Mundial. O la de los 9,000 tiros a la canasta errados por el basquetbolista Michael Jordan durante su trayectoria profesional, o la de los 163 intentos fallidos de levantar el vuelo de los pioneros de la aviación Orville y Wilbur Wright.
Cuántas horas de amargura y sesiones con el psicólogo nos habríamos ahorrado muchos adultos si nos hubieran enseñado desde niños a no dramatizar el fracaso.
El trabajo en equipo y el pensamiento positivo son habilidades que se pueden enseñar en las escuelas mediante relatos ejemplares de gente famosa como Edison. Edison no inventó la lámpara eléctrica solo, sino con un equipo de 30 colaboradores. Lo mismo ocurre en el deporte donde muchos triunfos son el resultado del trabajo en equipo.
El rol de los maestros como transmisores de conocimientos irá disminuyendo paulatinamente, y será reemplazado por los asistentes virtuales y los robots, que ya pueden personalizar los contenidos educativos según las preferencias de cada niño. Los docentes de carne y hueso se tendrán que reinventar y convertirse en motivadores personales, consejeros académicos, guías espirituales y asesores de salud mental.
Por eso deben comenzar a enseñar “habilidades blandas o poderosas” cuanto antes. La enseñanza académica no tiene por qué ser excluyente con el aprendizaje de habilidades socioemocionales. Cuanto más rápido se adapten las escuelas a este nuevo universo educativo, mejor será para los niños y para el bienestar del mundo.
En conclusión: Son diez recetas las que nos presenta Andrés para salir del pozo. Yo he explicado tres que me parecen las prioritarias en nuestros países. Lo importante es pensar qué vas a hacer tú que me estás leyendo para iniciar el cambio. Porque desde nuestro espacio, todos podemos comenzar a hacer algo. Todo lo que ocurre a nuestro alrededor siempre, de alguna forma, impactará nuestras vidas. Aprendamos a trabajar en nuestra felicidad, cuidarla y eso impactará a los que nos rodean. Seamos agentes de cambio.