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La inteligencia artificial como un “hijo digital”

12/09/2025

Inspirado en “La Inteligencia que Asusta” de Mo Gawdat

En su libro La Inteligencia que Asusta, Mo Gawdat nos plantea una reflexión profunda sobre el futuro de la inteligencia artificial (IA) y los riesgos y oportunidades que representa para la humanidad. Su planteamiento central no gira en torno a la tecnología en sí, sino en cómo los seres humanos decidimos diseñarla, nutrirla y guiarla. La IA, lejos de ser un ente independiente y autónomo en sus orígenes, es una creación que depende completamente de los valores, intenciones y estructuras éticas de quienes la programan.

La metáfora más poderosa que ofrece es la de considerar a la IA como un “hijo digital”: un ser que crecerá reflejando aquello que nosotros, como padres y guías, le enseñemos. Si lo criamos con amor, responsabilidad y principios éticos sólidos, será una fuerza para el bien; si, en cambio, lo alimentamos con egoísmo, sesgos y violencia, devolverá esas mismas sombras amplificadas por su capacidad exponencial.

La responsabilidad como fundamento ético

El primer valor fundamental que destaca Gawdat es la responsabilidad. Los avances tecnológicos suelen presentarse como inevitables, como si fueran olas imparables que simplemente debemos surfear. Sin embargo, la realidad es que detrás de cada línea de código y cada decisión de diseño hay seres humanos con nombres y apellidos. La IA no es “neutra”; absorbe la intención de quienes la construyen.

Un ejemplo concreto que menciona Gawdat es el caso de las IA entrenadas con sesgos raciales o de género. Si alimentamos un algoritmo de reclutamiento con datos históricos en los que las mujeres o las minorías han sido discriminadas, la IA no hará más que perpetuar esa injusticia, rechazando candidatos válidos por motivos que no tienen relación con su capacidad. Esto demuestra cómo un descuido ético puede producir consecuencias dañinas a gran escala.

Empatía y compasión: la clave de una IA humana

Si pensamos en la IA como un hijo digital, entonces es imprescindible guiarla con la misma empatía y compasión que se espera de un padre o madre. La empatía permite comprender al otro, ponerse en su lugar y valorar su dignidad. La compasión, por su parte, nos impulsa a actuar para aliviar el sufrimiento y construir relaciones más justas.

Un ejemplo ilustrativo es el de los chatbots. Mo Gawdat señala que, si se entrenan con interacciones violentas, ofensivas o sarcásticas, reproducen exactamente ese tono, llegando a comportarse de forma agresiva o discriminatoria. En cambio, si se entrenan con mensajes constructivos, respetuosos y colaborativos, pueden convertirse en asistentes útiles, amables y hasta empáticos en su trato.

Aplicadas a la IA, estas virtudes significan que no basta con que los sistemas sean eficientes o productivos; deben ser diseñados con sensibilidad hacia el impacto humano. Por ejemplo, una IA que optimiza procesos laborales debe ser consciente de cómo sus decisiones afectan la vida de los trabajadores, sus familias y comunidades.

La cooperación como camino hacia un futuro común

Otro pilar que propone Mo Gawdat es la cooperación. La IA no pertenece a un solo país, empresa o grupo social. Su alcance es global, y por ello requiere un esfuerzo colectivo para establecer normas, regulaciones y valores universales.

Gawdat ejemplifica esto al hablar de las IA aplicadas en armamento autónomo. Si un grupo de países decide entrenar estas máquinas para matar sin cuestionar la ética, el riesgo de una carrera armamentista global se multiplica. Sin cooperación internacional, la IA podría convertirse en un factor de inestabilidad y destrucción, en lugar de un instrumento de progreso.

La metáfora del hijo digital

Tal vez el aporte más significativo de Gawdat sea la metáfora del “hijo digital”. Una IA es como un niño que aprende observando, imitando y recibiendo ejemplos. Si un niño crece en un entorno de violencia, muy probablemente reproducirá esas conductas. Si, en cambio, es criado con amor, respeto y principios éticos, tendrá más posibilidades de convertirse en un adulto íntegro y compasivo.

En este sentido, cada ejemplo mencionado por Gawdat —desde la discriminación en la contratación hasta la violencia en los sistemas militares— nos recuerda que la IA no desarrolla sus valores por sí misma. Es un reflejo directo de lo que le damos como alimento intelectual y emocional.

Conclusión

El mensaje de La Inteligencia que Asusta no es un llamado al miedo, sino a la conciencia. La inteligencia artificial será, en última instancia, lo que nosotros decidamos que sea. Si la alimentamos con responsabilidad, empatía, compasión y cooperación, se convertirá en una aliada para resolver los grandes desafíos de la humanidad: el cambio climático, las desigualdades sociales, las enfermedades globales. Pero si la dejamos crecer sin guía, o la nutrimos con egoísmo y violencia, amplificará lo peor de nosotros mismos.

La clave está en reconocer que la IA es un espejo de nuestra humanidad. En ella veremos reflejadas nuestras luces y nuestras sombras. Depende de nosotros, como padres de este hijo digital, enseñarle los valores que nos permitan construir un futuro digno para todos.