Tras una pérdida personal o laboral, quien posee inteligencia emocional se permite sentir el dolor, pero también encuentra la manera de seguir adelante con esperanza y equilibrio.
En un mundo donde se valora cada vez más la preparación académica y el pensamiento lógico, solemos subestimar una habilidad igual o incluso más determinante: la inteligencia emocional. Esta forma de inteligencia es, en muchos casos, el verdadero motor del éxito personal y profesional.
Según Daniel Goleman, uno de los mayores referentes en el tema, “las personas con una inteligencia emocional bien desarrollada son más eficaces en la vida, cualesquiera que sean sus circunstancias, porque saben manejarse mejor consigo mismas y con los demás”.
Una persona puede tener un coeficiente intelectual elevado, pero si no logra gestionar su enojo, su frustración o su ansiedad, esos conocimientos pueden quedar bloqueados, de allí la importancia de conocerse a uno mismo como primer paso hacia la sabiduría emocional.
Por ejemplo: En una discusión de pareja, quien tiene mayor control emocional no es el que gana con mejores argumentos, sino el que sabe escuchar y calmar las aguas.
Peter Salovey y John Mayer, quienes acuñaron el término “inteligencia emocional”, señalan que esta habilidad permite “percibir, valorar y expresar emociones con precisión; acceder y generar sentimientos que faciliten el pensamiento; comprender emociones y el conocimiento emocional; y regular emociones promoviendo el crecimiento emocional e intelectual”.
La toma de decisiones no es un proceso puramente racional. Está profundamente influenciada por el estado emocional del momento. Las emociones influyen en cada decisión que tomamos.
Por ejemplo: Un estudiante puede tener todos los conocimientos para aprobar un examen, pero si no sabe controlar la ansiedad, su rendimiento puede verse afectado.
Daniel Goleman enfatiza que “el 80% del éxito en la vida se debe a la inteligencia emocional y sólo el 20% al coeficiente intelectual”. Esto se ve reflejado en el ámbito social y laboral. Las personas emocionalmente inteligentes saben conectar, colaborar y resolver conflictos.
Un jefe con empatía inspira más compromiso que uno que sólo se enfoca en los resultados. La conexión emocional genera lealtad, motivación y confianza. Es por eso que las relaciones humanas se construyen con empatía, no con lógica.
La resiliencia, esa capacidad de sobreponerse a las adversidades, no se basa en la inteligencia académica, sino en la habilidad de reconocer emociones, aceptarlas y transformarlas.
Tal como explica Goleman: “Las personas resilientes no son las que evitan el estrés, sino las que saben enfrentarlo, regularlo y aprender de él”. Y la inteligencia emocional es clave en la resiliencia.
En conclusión: La inteligencia cognitiva puede abrirte oportunidades, pero es la inteligencia emocional la que define cómo las aprovechas. Saber lo que sientes, comprender a los demás y actuar con equilibrio emocional no sólo mejora tu bienestar, sino que también potencia tu impacto en el mundo.
En palabras de Goleman: “Lo que realmente importa para el éxito, el carácter y la felicidad es un conjunto definido de habilidades sociales, no sólo el coeficiente intelectual”.







